Pobreza y depredación de evidencias culturales mochica
Las últimas décadas son especialmente nefastas para la ciencia arqueológica nacional. Los campesinos pobres son incentivados a profanar las tumbas de sus antepasados para abastecer un ávido y creciente mercado de coleccionistas de arte en América y Europa. Valiosa información histórica se pierde cada día frente a la necesidad de unas y codicia de otros. El Estado peruano, pese a sus leyes; poco puede hacer con sus escasos recursos para proteger efectivamente el patrimonio cultural.
En la costa Norte, la situación es dramática; casos como éste resultan frecuentes y casi normales. Singulares testimonios arqueológicos desaparecen inmediatamente en el oscuro tráfico de antigüedades y los cientos de importantes monumentos van destruyéndose como las páginas de un libro jamás leída. Desde el aire, centenas de hectáreas con millares de perforaciones hechas en los últimos años dan la impresión de campos bombardeados.
En tales circunstancias, evitar el arrasamiento total del monumento de Sipán resultaba una problemática labor. La policía apenas podía efectuar patrullajes, mientras desesperadamente tratábamos de organizar una urgente operación de rescate científico, solicitando apoyo al Estado y empresas locales.
En esos días posteriores, mi colega Luis Chero y yo constatamos con angustia el incontenible avance del vandalismo. Los furtivos saqueadores profesionales trabajaban por la noche con ayuda de vigías apostados sobre la alta pirámide inmediata y las bandas disputaban el emplazamiento de sus hoyos con armas en la mano a la caza de otra tumba intacta.
Después de grandes esfuerzos y venciendo la inicial resistencia de los pobladores, los primeros días del mes de abril instalamos un pequeño equipo de trabajo con dos estudiantes y dos policías en una precaria tienda de lona. Los primeros salarios para los pocos obreros se pagaban con fondos del Patronato de Cultura local y el programa estatal del PAIT.
Los problemas y estrecheces materiales sólo podían superarse con nuestro ilimitado entusiasmo y decisión, que sorprendentemente condujeron meses más tarde a uno de los hallazgos más importantes de la arqueología del nuevo mundo: la cámara funeraria intacta de un Señor Moche. Finalmente, la ciencia tenía acceso al contexto completo de una tumba intacta del más alto rango en la cultura andina, con toda su inapreciable información sobre organización social, religión y sistema de vida de la época.
Ocho esqueletos de sirvientes, concubinas y guerreros rodeaban un ataúd de madera que contenía los restos del principal ocupante de la tumba con su tesoro de ornamentos, tocados, emblemas y atuendos de oro, cobre dorado y piedras semipreciosas. Estos objetos, que de por sí son un verdadero compendio de exquisito arte y técnica metalúrgica, constituyeron los símbolos de poder de un dignatario muerto hace mil setecientos años; a quien venimos llamando el Señor de Sipán ("Siec" en el extinto idioma Mochica).
Cerca de diez meses nos llevó la paciente y progresiva labor de limpieza y registro sistemático de la cámara funeraria con su extraordinario y complejo contenido, en un abismal contraste con la tumba saqueada que fuera expoliada en una sola noche. Los datos hasta hoy obtenidos constituyen una importante clave para el conocimiento de la sociedad Mochica y demuestran, también, cómo una sola tumba excavada científicamente puede brindar más información que las miles de piezas arqueológicas de la misma cultura existentes en colecciones y museos del mundo, pero retiradas de su contexto.
Las circunstancias del rescate de Sipán son el más claro testimonio del drama de la arqueología nacional: una cuantiosa y desconocida herencia cultural y pocos recursos para su protección frente a la inclemencia del tiempo y el saqueo. Queda claro que, de seguir aceptando esta situación, nada de lo que hoy presentamos hubiera podido conocerse.
Sipán representa también, no sólo la recuperación de inertes objetos materiales, sino principalmente el rescate de parte de la identidad perdida de los peruanos. Los arqueólogos no podemos sentir mayor satisfacción cuando los jóvenes de hoy hablan y cantan sobre el Señor de Sipán como un símbolo de nuestro pasado.
Texto: Roberto Ochoa
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